Crónica de una estafa telefónica

31 Diciembre 2021
¿En qué mundo estamos? ¿En qué o quienes podemos confiar? Las redes nos dejan vulnerables, casi desnudos, ante un mundo vil, donde las estafas de seres anónimos hoy son pan de cada día.
Ada Angélica Rivas >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano
Foto: Unsplash

"Buenas tardes, le habla Santiago Leyton, ejecutivo de Yapo.cl. ¿Usted publicó un aviso, quiere estar más visible por un mes, pagando 2.500 pesos?". Me habla por teléfono un hombre amable y respetuoso. Le respondo que por ahora no y me consulta si estoy registrada como cliente titular en la plataforma central, también le digo que no. Aquí empieza mi odisea un día 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.

El ejecutivo era un estafador y suplantador de identidad, que me pilló “volando bajo” y “caí redondita”. Me indica que me va a cortar, que me enviará una clave, que la anote y luego le dé el número. Aún cuando había visto noticias, escuchado casos por doquier, me confundí con el ajetreo de fin de año, llegada de visitas y llamadas permanentes, debido al aviso que había puesto en la página en cuestión para ofrecer una oficina en arriendo.

El estafador me cortó, recibí un código de verificación, lo anoté y luego le entregué “en bandeja” a este vil ser humano mi cuenta de Facebook y Messenger por donde envió mensajes a mis contactos, pidiendo dinero como si fuera yo. Les escribía, señalando que necesitaba que depositaran a la Cuenta RUT del BancoEstado número 18 mil y tantos, de una mujer de la comuna de Huechuraba en Santiago.

No pude entrar más a mi Messenger y fueron horas tratando de desactivarlo. Llamé a un amigo informático, que paso a paso me fue indicando como solucionar el tema, mientras el estafador accedía a mis amigos haciéndose la linda, porque se supone que era yo la que escribía y al poco tiempo apareció la primera víctima, un amigo hizo el depósito por 90 mil pesos a una tal Yanira. El estafador llamó a mi teléfono más de siete veces desesperado y me decía que se estaba cargando en el sistema mi inscripción como titular, pero la idea era mantenerme ocupada.

Armé dos grupos de WhatsApp e inicié envío masivo de mensajes para alertar de esta estafa a mis contactos. Por Messenger sólo veía burbujas blancas a las que les iba copiando un mensaje donde advertía que no depositaran.

Pedí a quienes depositaron a nombre de la tal Yanira, que hicieran la denuncia en forma directa al BancoEstado. En el intertanto me llegan mensajes que mi cuenta de WhatsApp está siendo registrada en un dispositivo nuevo. No tenía idea que podrían apropiarse de mi WhatsApp, pero sí es posible, por lo que hay que ponerle clave. Desde ahí le escriben a tus contactos, pidiendo plata como si fuera el titular quien lo hace, ¿Quién podría dudar de un WhatsApp?

Estos últimos 15 días de diciembre, otro estafador ocupó la tarjeta de crédito de un cercano y realizó una compra en Santiago por más de un millón de pesos, que pudo frenar a tiempo, pues le llegó un aviso a su celular. A mí me suplantaron para pedir dinero, a otro amigo le clonaron la tarjeta hace dos días, sacaron dinero de su cuenta a través de un cajero y además hicieron compras por 500 mil pesos en el Mall.

¿En qué mundo estamos? ¿En qué o quienes podemos confiar? Las redes nos dejan vulnerables, casi desnudos, ante un mundo vil, donde las estafas de seres anónimos hoy son pan de cada día. Los bancos no se quieren hacer cargo de sus sistemas prostituidos y las redes sociales buscan la forma que no podamos desactivarlas; es conveniente que todos sepan qué comimos ayer, qué ropa nos pusimos y quienes son nuestros amigos. Y desde el anonimato, quienes viven en la oscuridad, quieren ser parte de vidas prestadas, desde el silencio los estafadores tras las luminosas pantallas no alcanzan a iluminar su vida.