¡No quiero morir!: Experiencias en la nueva cuarentena de Arica

30 Abril 2021
Estaba tan feliz, pensando que íbamos a pasar a la Fase 3.
Ada Angélica Rivas >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Me imaginaba los sábados en la playa, tomando solcito para broncear la piel y los domingos en la Feria Dominical, comprando ropa exclusiva en la zona de las picadas.

Las cosas se veían bien, pues se rumoreaba que los aumentos de Covid en Arica eran producto de la suma de los contagios en el recinto penal. Pero nada.

Fue un agrado estar en Fase 2, salir sin temor y caminar libre por la calle a hacer trámites, porque caminé todo lo que pude, “hacer calle” fue mi consigna por el tiempo que duró esta maravilla. Hace años había dejado el yugo de tener a alguien que me ordenara qué podía y no podía hacer y andaba con las poleras hasta el cuello para no insinuar nada a través del escote. Y por supuesto, las faldas hasta los tobillos, con tal de no parecer a los “chiquilles con sorpresa” de las noches en la calle Maipú.

En forma clandestina, porque burlar las órdenes superiores también tiene su agrado, salí un sábado a la playa a correr 14 kilómetros, resultado de una ida y vuelta a La Lisera. Hasta me tiré con ropa, por supuesto, en una plataforma de madera a descansar sobre la arena, mientras en la orilla grupos familiares disfrutaban de las caprichosas olas salinas. De repente, en plena introspección, apareció un contingente de la Marina y mientras iban a controlar a las familias, salí del sitio del suceso. En buena hora, caso contrario tendrían que haberme sacado arrastrando, como el caballero en Viña del Mar, que por siete minutos fuera de la franja horaria para hacer deporte se lo llevaron como a un ladrón de bancos.

El último miércoles de abril, bajando por la Avenida San Ignacio de Loyola, más conocida como Las Pesqueras, por 10 minutos que se habían pasado en la hora de cierre, un conocido local de sanguches, tenía al medio contingente de militares, carabineros y por supuesto a la gente de salud. ¡Increíble! Desde afuera se veía exagerado este control, tanto funcionario ocupado en un local de emprendedores que vendieron el último sánguche al vecino del lado y tan rápido que llegaron. ¿Sería producto de un soplo? El tema es que hay tanta delincuencia circundando nuestras vidas y no aparece la autoridad ni por si acaso.

¿Y los moteles? Siguen funcionando mejor que nunca y hasta hay que hacer fila para entrar (me han contado), porque a lo lejos una canita al aire en espacios privados no es malo. En Santiago desalojaron a los usuarios de un motel, había un abuelo que lo ocupaba para pernoctar y junto a los amantes y parejas lícitas se lo llevaron a la comisaría, todos juntos como hermanos, contagiándose al por mayor, mientras en el motel estaban de a dos sin problema en cada habitación.

En Arica, subiendo por la calle Pedro Aguirre Cerda hacia el cerro, un nuevo habitante armó su “ruco” para seguir sobreviviendo en este mundo de pandemia sin fin, de control público a veces desmedido, de miedos a morir en cualquier momento. Mi ego me indica que quisiera ser eterna, pero mi humildad me vocifera que soy una simple ciudadana que hace calle y no es indiferente ante la vida que respira en los rucos.

Bienvenida cuarentena, teletrabajo con café energético, chocolate afrodisiaco, visitas por zoom y salidas clandestinas a mover la “cuerpa” para no oxidarse.